miércoles, 13 de junio de 2007

¿Me lo pone para regalo? (y 2)

Prefiero que lo explique Roland Barthes:

"Geométrico, rigurosamente dibujado y a pesar de ello siempre firmado en cualquier parte por un pliegue o un nudo asimétricos, el juego con el cartón, la madera, el papel y las cintas, debido al esmero, la técnica misma de su confección, ha dejado de ser el accesorio pasajero del objeto transportado y él mismo se convierte en objeto; el envoltorio, en sí, se consagra como algo precioso, aunque gratuito; el paquete es un pensamiento; así, en una revista vagamente pornográfica, la imagen de un joven japonés desnudo, atado con cordeles como un salchichón: la intención sádica (más ostentosa que cumplida) se absorbe ingenuamente -o irónicamente- por la práctica, no de una pasividad, sino de un arte extremo: el del paquete, la cuerda.

"Santa, o me envuelves los regalos con esmero japo,

o ya estás subiendo de vuelta por la chimenea"

Sin embargo, por su misma perfección, este envoltorio, a menudo repetido (nunca se acaba de deshacer el paquete), retrasa el descubrimiento del objeto que encierra -y que suele ser insignificante, pues es precisamente una especialidad del paquete japonés la desproporción entre la futilidad de la cosa y el lujo del envoltorio: un pastelillo, un poco de pasta azucarada de alubias, un "recuerdo" vulgar (como sabe producirlos, desgraciadamente, el Japón) son embalados con la misma suntuosidad que una joya. Diríase, en suma, que el objeto del regalo es la caja y no lo que ella contiene".

Olvidemos pues esos papeles de estampados chillones, sujetos con celofán y rematados con pegatinas doradas con dos leyendas invariables: "Felicidades" y "Espero que te guste". Si queremos quedar bien, podremos incluso regalar una caja con un ladrillo siempre que dicho ladrillo esté empaquetado con esmero y delicadeza. Allí las apariencias no engañan, sino que lo son todo.

Al fin y al cabo, Japón es el país del envoltorio: se enredan las muchachas en vueltas y más vueltas de kimono; se enrolla el arroz en canutos de algas; a su vez, esa comida empaquetada en el obento se transporta en un furoshiki (que ahora pasa por ser un complemento cool de moda allende el archipiélago); y se atan, como refiere Barthes, las mozas y mozos para las sesiones "bondage" que asociamos directamente al gusto pornográfico nipón.

Imagínense ahora esas colas infernales de los días de Navidad en un imaginario El Corte Inglés transplantado a Tokio. Piensen si en lugar de despacharnos con esos horrendos envoltorios de triángulos negros, blancos y verdes producidos en serie, tratasen cada paquete ("¿Me lo pone para regalo?") con el exasperante detallismo nipón. Piensen, piensen y tendrán una intuición de lo que es la eternidad...


マヌエル

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jojojojojojo, me mola la guia bondage, q curioso, siempre quise saber como se hacia ese nudo marinero