miércoles, 4 de julio de 2007

Telegraphic loveletter


Ahora que hemos vuelto, que podemos contar más y mejores cosas y, además, haciéndolo con conocimiento de causa, ahora nos cuesta más que nunca. Regresar a la rutina y al trabajo tras aquellos días diez de oro supone un esfuerzo extraordinario que resta tiempo a quehaceres tales como mantener activo este blog. Por otro lado, el consejo de redacción no es capaz de reunirse al completo para tomar una decisión definitiva acerca de la mejor manera de enfocar el relato de nuestras peripecias. Y, en última instancia, me consta que echar la vista atrás sin saber cuándo será posible continuar la odisea todavía causa cierta aflicción en algunos miembros del equipo. Recordemos el sabio consejo de ミゲル-san:

"Ni se os ocurra escuchar estos días la banda sonora de Lost in Translation,
porque sus cortáis las venas con la depresión"

De modo que para que este blog tenga una periodicidad más digna que la de "¡Yotsuba!", haré lo que sea preciso. Sí, incluso tirar de refrito. Lo que ustedes van a leer a continuación no es sino un burdo "corta y pega" del texto escrito a vuelapluma que colgué en el foro de Portal Japón para resumir nuestro viaje. Esto que aquí sigue no impedirá una narración más detallada y mejor documentada de aquellos días de sake y hortensias, pero por ahora les sirve para hacer boca, así que no protesten.


Telegrama de amor a un país, desu ne!

-día 19: llegamos a Narita. Air France nos pierde las maletas. Nuestro colega de Londres que debía juntarse con nosotros en París pierde el enlace y llega una hora después. Pruebo mi primer retrete japonés y mi primer Calpis: mi vida no volverá a ser igual. Nos trasladamos a Kioto. Sudados y sin mudas nos vamos a dar un garbeo vespertino y a comprar ropa.

-día 20: visitamos el castillo de Himeji y el jardín adyacente. Lo flipamos. Seguimos cheirando a bravío. Por la tarde llegan nuestras maletas a Kioto. Nos ponemos nuestras mejores galas y nos vamos al barrio de Gion. Vemos geishas. Cenamos a todo lujo en una terraza sobre el río. Me enamoro de la camarera japonesa (esta secuencia se repetirá un número de n veces durante todo el viaje).

"Con su blanca palidez..."

-día 21: visitamos Nara. Lo requeteflipamos. Los ciervos casi se comen a mi colega ベンハミン. Somos el pasatiempo de los escolares japoneses de excursión en Todai-ji. Visitamos Horyu-ji a todo trapo. Por la noche, en Kioto, nos hacemos el paseo de los filósofos a oscuras. No vemos un pijo, aunque merece la pena por las luciérnagas que atraen a muchas familias a esas horas intempestivas.

-día 22: nos cae todo el tsuyu (temporada de lluvias) concentrado en un solo día. Nos recorremos todo lo que podemos de Kioto en medio del Diluvio Universal II (Pulmonía Strikes Back): Kiyomizu-dera, Higashiyama, Ginkaku-ji, Kinkaku-ji, Ryoan-ji. Intentamos llegar al bosque de bambú de Arashiyama. Nos perdemos. Nos requetemojamos. Nos recuperamos pegándonos el fiestorro nocturno en una tasca donde trabamos amistad con dos japos y un coreano. Hablo por teléfono en italiano con la hermana japonesa del amigo Yatsu, casada con un italiano y residente en el país de la bota. Me dice que estamos borrachos. Acierta.

-día 23: nos vamos a Tokio. El hotel tiene retrete futurista: ¡yatta! Me zampo mi primer ramen con más avidez que Naruto. Nos pateamos Harajuku. Me siento más de provincias que nunca. Visitamos el parque de Yoyogi y el santuario Meiji. Por la noche salimos con tres muchachas japonesas de cena y farra. Me tomo una copa a la sombra de las oficinas de Konami. Logro que las chicas hagan el Kame-hame-ha. Bailamos tres horas seguidas en un antro de Roppongi. Nos quedamos sin voz tras nosecuántas horas de desmadre en un karaoke que tiene un alien gigante en la fachada. Nos vamos a dormir a plena luz del día mientras los cuervos planean sobre los cadáveres andantes que somos. Ganbare!

-día 24: hábilmente habíamos plaenado este día como la jornada de descanso. Marchamos a Hakone con otras dos conocidas japonesas. Nos cae otro aguacero. Llegamos al ryokan Taiseikan, en un enclave de ensueño. Nos dan la mejor habitación. Lo flipamos como nunca. Hacemos el tonto un rato largo con los yukatas y las carpas del estanque. Nos sirven una cena de lujo inenarrable (el episodio del bicho que casi nos tragamos vivo merecerá capítulo aparte). La digestión, en el onsen. Nos arreamos unos buenos calderazos de agua fría. Nos escalfamos las gónadas en ese agua volcánica. Tenemos la toallita en la cabeza. Lástima de cámara. Volvemos al cuarto a dormir sobre los futones.

Taiseikan=máster en japonismo (yukata+onsen+comida viva)

-día 25: desayuno inenarrable. Lo primero que me llevo a la boca es un jurelo. He perdido todas mis aprensiones hacia la comida. Otro baño potente. Saludamos en bolas desde la poza exterior a quien quiera que venga cruzando el puente que lleva al ryokan. Nos despedimos de nuestra ama de llaves del Taiseikan, que ha sido como una segunda madre. Nos marchamos de Hakone directos a Nikko. En el tren veo a la número 1 del ránking de japonesas de las que me prendo platónicamente durante el viaje. Aún no sé por qué no bajé en aquella estación. Nikko nos deja pati-diphusos. Y calados hasta los huesos. Escapamos de la lluvia entre templo y templo. Se nos echa el tiempo encima y no nos da tiempo de ver el parque natural. Volvemos a Tokio y cenamos en un bar lleno de jevirulos nipones.

-día 26: nos vamos con Hiroko-san al mercado de Tsukiji. Un hombretón del muelle nos pega un paseo por el mercado a 200 km/h subidos en su motocarro. Vemos pasar nuestra vida en un flash por delante de nuestros ojos. Aún no sabemos cómo, pero sobrevivimos. El mercado rivaliza con la Plaza de Lugo de Coruña en variedad y en extensión es como alguno de los pueblos limítrofes de nuestra ciudad. Desayunamos el mejor sushi de Tokio en una tasca del mercado. Vamos a un parque y tomamos un crucero por el río Sumida. Asakusa. Broadway-Dori. Akihabara (nuestra Visa empieza a temblar). Shinjuku. El dueño del restaurante yakitori nos hace un show de artes marciales y magia. Ver para creer. Pruebo el pachinko. No lo entiendo. Vuelta a Akiba. Temo por mi cuenta corriente.

-día 27: Parque Ueno. Museo Nacional de Tokio. Palacio Imperial (Akihito no nos recibe). Ginza. Ronda comercial por el barrio chic. Shibuya. Parecemos Paco Martínez Soria metidos en medio del famoso cruce. Conseguimos hacer purikura tras arduos intentos. Salimos guapísimos en las fotos. Nos vamos al célebre Starbucks a contemplar cómo ruge la marabunta tokiota desde las alturas. Repetimos Harajuku. Ceno katsukare. Me acuerdo del curry durante varias horas.

-día 28: damos mil vueltas antes de llegar a la Tokio Tower. Se nos hace tarde y ni podemos subir. Tenemos que volver a Meguro a toda prisa, donde quedamos para ir al Museo Ghibli (¡sí!). Llegamos a Mitaka. El museo es una maravilla. Me emociono de veras, pero no dejo que mis amigos lo noten. El merchandising de la tienda es carísimo. Compro poco. Hoy me arrepiento. Estoy obligado a volver algún día. Nos tomamos una gaseosa extrañísima. En el bus de vuelta cruzamos indirectas con unas japonesas que se ríen de nuestro acento. Pasamos la tarde entera en Akiba, ultimando compras. Siento que se nos escapa el tiempo.

-día 29: madrugón. Narita. Viaje de vuelta. Llegamos a Vigo a las 22:15. Estoy en casa a las 00:30. Quiero volver.

マヌエル